Han aparecido en Bogotá, en vario puntos estratégico de la ciudad, vallas al parecer alusivas a una precandidata a la Alcaldía Mayor. “Bogotá necesita una vieja berraca” reza la propaganda. El mensaje de fondo pretende que Bogotá requiere de alguien providencial y además berraco; pero berraco para qué? Pareciera una alusión a una versión femenina del mesianismo y el caudillismo que tanto gustan en Colombia a la hora de elegir mandatarios. La valla da cuenta de una paradoja nuestra: la de una sociedad con ansias de postmodernismo, pero que se sustenta en una base premoderna que acude un caudillismo o a un mesianismo más propio de épocas feudales. No creo que Bogotá necesite una “vieja berraca”, ni un “man berraco”. Ya tiene suficiente el país con aquellos “manes berracos”, ahora en tránsito de Itaguí a Urrá.
Lo que necesita Bogotá es un estadista o una estadista. Con visión contemporánea del desarrollo urbano y con gran sensibilidad social. Capaz de gerenciar la ciudad y de representarla políticamente.
Ya se ha dicho mucho sobre lo que ha sido capaz de construir esta ciudad con el paso de cinco alcaldías de diferente ideología política, desde la centroderecha hasta la centro izquierda, que han sido capaces de construir sobre lo construido, en una especie de esquema de “gobernabilidad no formalizada”. En Bogotá, los responsables de la ciudad y sus equipos de trabajo, tal vez por una especie de lucidez política y social, han sido capaces de interpretar el momento histórico de la ciudad y darle continuidad a los temas estructurales de la misma: estabilidad en las finanzas públicas, diseño e inicio de del sistema de transporte masivo, política de seguridad ciudadana, modernización de la infraestructura pública, proyectos culturales, un proyecto educativo, etc. En la última alcaldía se han sumado a estos temas estructurales como la lucha contra el hambre y la pobreza y el esquema de salud más cercano al ciudadano.
El alcalde o la alcaldesa que necesita Bogotá debe tener menos de berraco o de berraca y más de estadista y visionario, para conducir las políticas ya consolidadas bajo un modelo incremental y para asumir políticas de choque pero racionales en asignaturas pendientes de la ciudad como la movilidad o venidas a menos como la ambiental. Debe tener menos de caudillo o de mesías y más de dirigente contemporáneo capaz de liderar procesos colectivos que determinan en la sociedad cómo se toman decisiones y se elaboran normas sociales con relación a asuntos públicos. Se debe tratar de un hombre o de una mujer política capaces de interpretar las nuevas claves de la gobernabilidad urbana que como dice Le Galès aparece como un dispositivo de negociación y de cooperación entre una pluralidad de actores tanto de la sociedad civil, del sector económico y del mercado como del Estado.
*Publicado en El Nuevo Siglo 30-12-2006
Lo que necesita Bogotá es un estadista o una estadista. Con visión contemporánea del desarrollo urbano y con gran sensibilidad social. Capaz de gerenciar la ciudad y de representarla políticamente.
Ya se ha dicho mucho sobre lo que ha sido capaz de construir esta ciudad con el paso de cinco alcaldías de diferente ideología política, desde la centroderecha hasta la centro izquierda, que han sido capaces de construir sobre lo construido, en una especie de esquema de “gobernabilidad no formalizada”. En Bogotá, los responsables de la ciudad y sus equipos de trabajo, tal vez por una especie de lucidez política y social, han sido capaces de interpretar el momento histórico de la ciudad y darle continuidad a los temas estructurales de la misma: estabilidad en las finanzas públicas, diseño e inicio de del sistema de transporte masivo, política de seguridad ciudadana, modernización de la infraestructura pública, proyectos culturales, un proyecto educativo, etc. En la última alcaldía se han sumado a estos temas estructurales como la lucha contra el hambre y la pobreza y el esquema de salud más cercano al ciudadano.
El alcalde o la alcaldesa que necesita Bogotá debe tener menos de berraco o de berraca y más de estadista y visionario, para conducir las políticas ya consolidadas bajo un modelo incremental y para asumir políticas de choque pero racionales en asignaturas pendientes de la ciudad como la movilidad o venidas a menos como la ambiental. Debe tener menos de caudillo o de mesías y más de dirigente contemporáneo capaz de liderar procesos colectivos que determinan en la sociedad cómo se toman decisiones y se elaboran normas sociales con relación a asuntos públicos. Se debe tratar de un hombre o de una mujer política capaces de interpretar las nuevas claves de la gobernabilidad urbana que como dice Le Galès aparece como un dispositivo de negociación y de cooperación entre una pluralidad de actores tanto de la sociedad civil, del sector económico y del mercado como del Estado.
*Publicado en El Nuevo Siglo 30-12-2006
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