2 de enero de 2009

Por la rivera del río Cauca

Si algo tiene este país es paisajes. Y narrar uno sólo es dejar por fuera, y de manera injusta, muchos de ellos. Hay uno de particular belleza en el noroccidente de Colombia. Es la porción del valle del río Cauca en los límites entre Caldas y Antioquia, alrededor de La Pintada, municipio sin estructura, pero con temperatura para bañistas.

Otrora difícil en su acceso por las inclemencias del clima, malsano para muchos, el valle se abre en La Pintada luego de haber pasado encañonado por Irra y La Felisa. Ruta obligada entre Medellín y el Eje Cafetero para los turistas de hoy, también lo fue para buscadores del oro de los aluviones de Supía y de las vetas de Marmato, y para los viajeros del ya olvidado ferrocarril. En La Pintada el valle deja ver bellas colinas, de la Formación Amagá dirán los geólogos, coronadas por varios remanentes de materiales volcánicos eruptados en otro tiempo geológico. Y es la historia volcánica la que marca este bello paisaje: al sur de La Pintada se imponen los farallones del mismo nombre que dominan el horizonte, como dos cuernos de rinoceronte. Para algunos, son los “cuellos” remanentes de antiguos volcanes que dicen de una agitada y caliente historia de este paisaje, incluso antes de turistas, ganaderos, mineros, de Karina y el EPL, de las autodefensas y los parapolíticos.

En este punto el río Cauca recibe los ríos que bajan de las cordilleras Occidental y Central y que completan el caudal que los viejos ingenieros de la Facultad de Minas imaginaron para el proyecto hidroeléctrico de Cañafisto, con presa al norte, en Anzá, cuyo lago llegaría incluso hasta cerca de La Pintada. Entre estos ríos está el Arma, hoy río de bañistas y de explotadores de material de construcción, que separa y que une a Caldas y Antioquia en una historia de colonización y de viajes a pie y en bestia, en la que los sedentarios se quedaron en Sonsón y en Abejorral y los aventureros se fueron a Aguadas, Pácora, Salamina y hasta Manizales y luego más al sur. El Arma recibe al Sonsón, rio que sigue trayendo consigo la historia ida de los altivos coterráneos del gobernador de Alas. También baja el Buey desde Montebello. Y baja el Poblanco, que se ve desde Santa Bárbara, uno de esos pueblos inverosímiles construidos en alto del morro, cuando estar en la cima contemplando el valle y el atardecer, daba sensación de superioridad y de seguridad. Del otro lado, de la cordillera Occidental llega también el Cartama, el río de “El olvido que seremos” de Héctor Abad.

Sirve recorrer el país para escribir más allá de la vida convulsionada de Colombia, aprovechando que estos paisajes ofrecen espectáculos, tienen historia y cuentan con narrativas e imaginarios propios, que no nos están vedados a nosotros ni a nuestros hijos y allí seguirán para los hijos de nuestros hijos.

Publicado El Nuevo Siglo 05-01-2009
Publicado www.lapalabradigital.com
Publicado www.palabranet.net

1 comentario:

Anónimo dijo...

ELKIN
Al describir el paisaje que seguramente visitaste, recuerdas los caminos de la colonización antioqueña extendidos hasta el valle del Cauca con Sevilla Caycedonia y Trujillo e incluso al Tolima Grande con Santa Isabel,Líbano, Villahermosa y otros municipios de ancestro paisa. La Pintada evoca en mi mente los épicos triunfos de Reuben Dario el pereirano, de Cochise, de Javier el ñato suarez, de Ramon Hoyos Vallejo, de Otalvaro, de Justo pintado Londoño y muchos otros campeonisimos de las dificiles rutas momtañosas creadas por esa misma colonización antioqueña. Evoca igualmente ese espiritu aventuero y creador del paisa que suele enfrentar viscisitudes y riesgos de todo orden para conseguir lo que se propone, emulando de esta manaera al pueblo judio andariego y emprendedor, diseminado por el mundo contemporáneo.No conozco La Pintada pero dada tu descripción percibo montañas y fértiles valles, bañados por rios y cañadas de belleza inigualable.

Cordial saludo de año nuevo para ti y tu familia.

VICTOR CRUZ