Con la mayoría de los grandes capos paramilitares en el proceso judicial, muchos pensaban que la violencia y el crimen en Colombia se volverían menos complejos. Sumado al avance militar frente a la guerrilla, se había anunciado que estábamos en el fin del fin. Pero no hay tal. Hay reacomodamiento de carteles, mafias, paramilitares y guerrillas, con un efecto impredecible para la seguridad de las zonas rurales y de las zonas urbanas. Se avizora el inicio del inicio de otras dinámicas de la criminalidad.
Empecemos por las zonas urbanas. En muchas ciudades los procesos parciales de desmovilización paramilitar y de entrega de armas permitieron una disminución de la violencia. El desmonte de organizaciones verticales facilitaron esta regulación y, con pocas excepciones, las cifras de la violencia urbana han mostrado mejoría. Los capos llevan ya muchos meses en el proceso judicial y dando el pulso político para que les mantengan los acuerdos de Ralito desconocidos hasta ahora por la opinión pública. Algunos analistas no descartan incluso una eventual negociación de algunos con los Estados Unidos. Mientras tanto, la vida en la calle continúa. Y allí los mandos medios no desmovilizados de las antiguas estructuras paramilitares toman decisiones a diario según se presente la coyuntura. ¿Qué tanto siguen conectados los mandos medios con los capos? ¿Qué nivel de autonomía tienen en sus acciones? ¿Cómo evolucionan sus controles territoriales? ¿Y qué tanto las nuevas dinámicas de autonomía, de alianzas y de controles territoriales afectan la seguridad ciudadana y presagian de un aumento de la violencia urbana? Al parecer, algunos de las series de homicidios urbanos de los últimos meses responderían a estos reacomodos. Por ello, se impone que los alcaldes, responsables de la política de seguridad ciudadana, contemplen en sus dispositivos de política pública, esquemas de observación de estos fenómenos para, en compañía de la Policía, anticipar y prevenir nuevos brotes de violencia.
Para las zonas rurales, donde tienen asiento real las acciones del negocio de la droga -cultivo, procesamiento y transporte- ya se ha constatado la reorganización de las pequeñas estructuras criminales lideradas ahora por mandos medios en tránsito de volverse grandes capos. Según Semana.com (9-02-2008) se trata de “un monstruo de dos cabezas: tiene la ambición desmedida de los mafiosos, y la crueldad sin límites de los paras… están dispuestos a matar a quien sea con tal de mantener el control del territorio y las rutas... Quieren convertirse en un proyecto nacional y poner en jaque a las autoridades”. La política de seguridad rural no puede limitarse a la búsqueda de grandes capos, que dan puntos, pero que son sólo la punta del iceberg. Se requieren formas más creativas y eficaces que las actuales para asegurar el control integral del territorio y para anticipar la dinámica de las estructuras emergentes. No estamos en el fin del fin. Estamos en el inicio del inicio de la nueva mutación de la criminalidad en Colombia.
Publicado El Nuevo Siglo 03-03-2008
Publicado www.lapalabradigital.com
Empecemos por las zonas urbanas. En muchas ciudades los procesos parciales de desmovilización paramilitar y de entrega de armas permitieron una disminución de la violencia. El desmonte de organizaciones verticales facilitaron esta regulación y, con pocas excepciones, las cifras de la violencia urbana han mostrado mejoría. Los capos llevan ya muchos meses en el proceso judicial y dando el pulso político para que les mantengan los acuerdos de Ralito desconocidos hasta ahora por la opinión pública. Algunos analistas no descartan incluso una eventual negociación de algunos con los Estados Unidos. Mientras tanto, la vida en la calle continúa. Y allí los mandos medios no desmovilizados de las antiguas estructuras paramilitares toman decisiones a diario según se presente la coyuntura. ¿Qué tanto siguen conectados los mandos medios con los capos? ¿Qué nivel de autonomía tienen en sus acciones? ¿Cómo evolucionan sus controles territoriales? ¿Y qué tanto las nuevas dinámicas de autonomía, de alianzas y de controles territoriales afectan la seguridad ciudadana y presagian de un aumento de la violencia urbana? Al parecer, algunos de las series de homicidios urbanos de los últimos meses responderían a estos reacomodos. Por ello, se impone que los alcaldes, responsables de la política de seguridad ciudadana, contemplen en sus dispositivos de política pública, esquemas de observación de estos fenómenos para, en compañía de la Policía, anticipar y prevenir nuevos brotes de violencia.
Para las zonas rurales, donde tienen asiento real las acciones del negocio de la droga -cultivo, procesamiento y transporte- ya se ha constatado la reorganización de las pequeñas estructuras criminales lideradas ahora por mandos medios en tránsito de volverse grandes capos. Según Semana.com (9-02-2008) se trata de “un monstruo de dos cabezas: tiene la ambición desmedida de los mafiosos, y la crueldad sin límites de los paras… están dispuestos a matar a quien sea con tal de mantener el control del territorio y las rutas... Quieren convertirse en un proyecto nacional y poner en jaque a las autoridades”. La política de seguridad rural no puede limitarse a la búsqueda de grandes capos, que dan puntos, pero que son sólo la punta del iceberg. Se requieren formas más creativas y eficaces que las actuales para asegurar el control integral del territorio y para anticipar la dinámica de las estructuras emergentes. No estamos en el fin del fin. Estamos en el inicio del inicio de la nueva mutación de la criminalidad en Colombia.
Publicado El Nuevo Siglo 03-03-2008
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