No es inverosímil un escenario en el que las FARC, entre su crisis actual, su lucha por controlar el enemigo interno y la tendencia centrífuga que parece instalarse entre los mandos medios, lleve al país a vivir episodios de exacerbación de la guerra en las zonas urbanas. Lo deseable es esperar es que dicho escenario no tengan lugar. Lo responsable es considerarlo como un escenario más, entre muchos, para el cual habría que tener una forma de respuesta. Autoridades, ciudadanía y líderes políticos, de izquierda como de derecha, harían bien en hacer análisis guiados por las preguntas: ¿Qué pasa si…? Y ¿Cómo responder a…?
Ya se ha dicho en esta columna, y lo propio han hecho otros analistas políticos, que el fortalecimiento de las fuerzas armadas en capacidad táctica y, sobretodo, de inteligencia, ha llevado a dar los mayores golpes en cuarenta años a las FARC. Con esa situación, lo procedente sería allanar el camino que brinde al Secretariado la alternativa de una salida política. No es estratégico que un guerrerismo exacerbado lleve al traste la solución ideal que debe combinar por una parte, el fortalecimiento de la capacidad militar oficial, con, por otra parte, una ventana de negociación política siempre abierta. Habría que analizar si el pronunciamiento de Rosemberg Pabón se inscribe en esa lógica.
La otra alternativa es que, sin posibilidades reales de salida política “monolítica”, la dinámica centrífuga de los mandos medios de las FARC comiencen a trazar caminos y estrategias de consolidación autónomos. Para estos es un incentivo saber que consolidar un poder territorial en determinadas zonas del país, resulta práctico siempre que exista la posibilidad de ponerse al servicio del narcotráfico. Y en esas condiciones, la evidencia ha mostrado suficientemente las consecuencias que pueden tener las disputas de mandos medios en proceso de reacomodamiento para la seguridad ciudadana en las zonas urbanas.
Como nadie puede asegurar que el gobierno superará la aversión a la salida negociada, correspondería a los líderes de las grandes ciudades construir los imaginarios y las dinámicas de ciudadanía que puedan actuar como antídoto frente a la barbarie, bien para prevenir, o bien para desarrollar la capacidad de recuperación (de resiliencia dicen los expertos) frente a cualquier crisis eventual. Y en ello no hay que improvisar. Ya existen los ejemplos recientes de la “cultura ciudadana” de Mockus, de la “ciudad sin indiferencia” de Garzón o del “compromiso ciudadano” de Fajardo.
El dilema de las ciudades frente a las crisis potenciales no debe ser el de mano dura o barbarie, ni el de socialismo o barbarie. El dilema verdadero es ciudadanía o barbarie, porque como lo ha escrito Jordi Borja, desarrollar la ciudadanía es transformar el mundo y construir espacios políticos que hagan posible una vida más amable, cordial y justa para todos. Aquí está el verdadero antídoto contra la amenaza de la barbarie.
Publicado El Nuevo Siglo 17-03-2008
Publicado www.lapalabradigital.com
Publicado www.palabranet.net
Ya se ha dicho en esta columna, y lo propio han hecho otros analistas políticos, que el fortalecimiento de las fuerzas armadas en capacidad táctica y, sobretodo, de inteligencia, ha llevado a dar los mayores golpes en cuarenta años a las FARC. Con esa situación, lo procedente sería allanar el camino que brinde al Secretariado la alternativa de una salida política. No es estratégico que un guerrerismo exacerbado lleve al traste la solución ideal que debe combinar por una parte, el fortalecimiento de la capacidad militar oficial, con, por otra parte, una ventana de negociación política siempre abierta. Habría que analizar si el pronunciamiento de Rosemberg Pabón se inscribe en esa lógica.
La otra alternativa es que, sin posibilidades reales de salida política “monolítica”, la dinámica centrífuga de los mandos medios de las FARC comiencen a trazar caminos y estrategias de consolidación autónomos. Para estos es un incentivo saber que consolidar un poder territorial en determinadas zonas del país, resulta práctico siempre que exista la posibilidad de ponerse al servicio del narcotráfico. Y en esas condiciones, la evidencia ha mostrado suficientemente las consecuencias que pueden tener las disputas de mandos medios en proceso de reacomodamiento para la seguridad ciudadana en las zonas urbanas.
Como nadie puede asegurar que el gobierno superará la aversión a la salida negociada, correspondería a los líderes de las grandes ciudades construir los imaginarios y las dinámicas de ciudadanía que puedan actuar como antídoto frente a la barbarie, bien para prevenir, o bien para desarrollar la capacidad de recuperación (de resiliencia dicen los expertos) frente a cualquier crisis eventual. Y en ello no hay que improvisar. Ya existen los ejemplos recientes de la “cultura ciudadana” de Mockus, de la “ciudad sin indiferencia” de Garzón o del “compromiso ciudadano” de Fajardo.
El dilema de las ciudades frente a las crisis potenciales no debe ser el de mano dura o barbarie, ni el de socialismo o barbarie. El dilema verdadero es ciudadanía o barbarie, porque como lo ha escrito Jordi Borja, desarrollar la ciudadanía es transformar el mundo y construir espacios políticos que hagan posible una vida más amable, cordial y justa para todos. Aquí está el verdadero antídoto contra la amenaza de la barbarie.
Publicado El Nuevo Siglo 17-03-2008
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