Siempre, afuera, la gente pregunta cómo es posible que en Colombia ocurran tantas desgracias provocadas por fuerzas ilegales, y la gente no haga nada, ni se exprese colectivamente. Es cierto que el movimiento social en Colombia ha sufrido en el pasado la estigmatización y acción represiva por parte del establecimiento. También que la sociedad colombiana ha desarrollado un individualismo exagerado, que invita suficientemente al avance personal, pero poco al avance colectivo y a la solidaridad. Incluso la tutela, instrumento central de la Constitución para garantizar los derechos fundamentales, ha podido incidir en este individualismo: ya no hay que acudir a la movilización ciudadana para reclamar un derecho vulnerado.
Pero hay derechos frente a los que la tutela no tiene mayor efecto: el derecho a la vida y el derecho a la libertad, cuando estos son violados por grupos armados ilegales. Resultaba por ello extraño que la sociedad civil colombiana no se movilizara frente a las decenas de masacres de los paramilitares, o frente a los centenares de secuestros y los asesinatos de políticos y miembros de la fuerza pública en cautiverio por parte de las FARC.
Las marchas de la semana anterior marcan una importante ruptura. Demuestran claramente que la sociedad colombiana puede reaccionar y manifestarse con amplio eco. Para algunos, las FARC venían cosechando algunas victorias políticas al tornarse interlocutores directos de otros gobiernos y al mostrarse como un actor resistente al embate del Plan Patriota, en contraste con el discurso oficial de una guerrilla derrotada. Las marchas han infringido la más importante derrota política para las FARC en los últimos años. Para derrotar a las FARC, y al paramilitarismo que aún persiste, esta resistencia civil debe mantenerse.
Ahora bien, una resistencia civil profunda encuentra mayor impulso cuando hay completa democracia, cuando no hay abuso de poder, cuando la meritocracia real es la vía del acceso a cargos y contratación públicos, por encima del dañino clientelismo. También cuando los partidos no se restringen a pequeños poderes de pequeñas élites de izquierda o de derecha, sino que son verdaderos espacios de democracia e inclusión.
Queda claro también que esta resistencia civil no es homogénea ni uniforme. Seguirá existiendo el clivaje entre los partidarios a fondo de la liberación por vía militar y los partidarios de un acuerdo humanitario. Pero la fórmula está en algún punto intermedio: 1) el acuerdo humanitario es pertinente en un escenario de conflicto, 2) la acción de las fuerzas del Estado debe continuar, sin excesos, con estrategia y con inteligencia y 3) Un rescate militar sólo se debe dar cuando haya al menos 95% de posibilidades de éxito.
La responsabilidad de la vida de los secuestrados es de las FARC, que los han secuestrado. Empero, las fuerzas del Estado no deben desencadenar el riesgo de asesinato por parte de los captores, cuando las probabilidades de éxito no sean las mencionadas.
Publicada El Nuevo Siglo 09-07-2007
Publicada www.lapalabradigital.com
Pero hay derechos frente a los que la tutela no tiene mayor efecto: el derecho a la vida y el derecho a la libertad, cuando estos son violados por grupos armados ilegales. Resultaba por ello extraño que la sociedad civil colombiana no se movilizara frente a las decenas de masacres de los paramilitares, o frente a los centenares de secuestros y los asesinatos de políticos y miembros de la fuerza pública en cautiverio por parte de las FARC.
Las marchas de la semana anterior marcan una importante ruptura. Demuestran claramente que la sociedad colombiana puede reaccionar y manifestarse con amplio eco. Para algunos, las FARC venían cosechando algunas victorias políticas al tornarse interlocutores directos de otros gobiernos y al mostrarse como un actor resistente al embate del Plan Patriota, en contraste con el discurso oficial de una guerrilla derrotada. Las marchas han infringido la más importante derrota política para las FARC en los últimos años. Para derrotar a las FARC, y al paramilitarismo que aún persiste, esta resistencia civil debe mantenerse.
Ahora bien, una resistencia civil profunda encuentra mayor impulso cuando hay completa democracia, cuando no hay abuso de poder, cuando la meritocracia real es la vía del acceso a cargos y contratación públicos, por encima del dañino clientelismo. También cuando los partidos no se restringen a pequeños poderes de pequeñas élites de izquierda o de derecha, sino que son verdaderos espacios de democracia e inclusión.
Queda claro también que esta resistencia civil no es homogénea ni uniforme. Seguirá existiendo el clivaje entre los partidarios a fondo de la liberación por vía militar y los partidarios de un acuerdo humanitario. Pero la fórmula está en algún punto intermedio: 1) el acuerdo humanitario es pertinente en un escenario de conflicto, 2) la acción de las fuerzas del Estado debe continuar, sin excesos, con estrategia y con inteligencia y 3) Un rescate militar sólo se debe dar cuando haya al menos 95% de posibilidades de éxito.
La responsabilidad de la vida de los secuestrados es de las FARC, que los han secuestrado. Empero, las fuerzas del Estado no deben desencadenar el riesgo de asesinato por parte de los captores, cuando las probabilidades de éxito no sean las mencionadas.
Publicada El Nuevo Siglo 09-07-2007
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