El pequeño Miami colombiano, como llaman algunos a la Cartagena de Bocagrande, Castillogrande y Manga, tiene, como todos lo saben, una triste contracara: una ciudad apartada social y económicamente, poblada principalmente por afrocolombianos, muchos de los cuales se dedican todos los días al rebusque incierto de las ventas a los turistas, que les permita llevar un sustento a sus hogares.
Vicenta, una negra de unos cuarenta años, con tres hijos y unos 80 kilos de peso, va al rebusque diario a las playas de Bocagrande. Lleva consigo collares y pulseras que elabora ella misma. Su hijo mayor de 21 años trabaja en Mamonal. “Se gana menos del mínimo, pero prefiere eso a robar”, dice sin complejos. Sus otros dos hijos también abandonaron los estudios y se mueven entre el rebusque y la champeta. Vicenta vive con sus hijos en una pequeña habitación en un barrio marginal de Cartagena, entre el Cerro de la Popa y la ciénaga de la Virgen. “Por allá no va ni la policía”, cuenta Vicenta. “Los jóvenes se han dedicado a montar pandillas; es que no hay trabajo”, explica. “Alguien debería darle qué hacer a estos pelaos, porque si no los vamos a seguir perdiendo”. Dice además que en la playa, sus colegas no le permiten hablar de su situacón con los cachacos.
La Cartagena de Vicenta no es la Cartagena de los turistas cachacos y extranjeros. Es la otra cara de una Cartagena segregada social y racialmente, resultado de una historia que reservó los sitios privilegiados y las intervenciones públicas a los pudientes y dejó los sitios difíciles para los más pobres.
La Mariamulata, Judith Pinedo en su registro civil, llegó a la alcaldía de Cartagena con una propuesta cívica de cambio en las costumbres políticas. Su mandato está intentando como legado un cambio en el imaginario de los cartageneros hacia lo público. Los cambios reales y de fondo que permitan superar de fondo la pobreza en la otra Cartagena necesitarán una sucesión de varias Mariamulatas. Mientras tanto, con el aumento de la percepción de inseguridad ciudadana, como en el resto de las capitales del país, la clase política tradicional está al acecho. Como los resultados de las políticas públicas de largo aliento toman tiempo para llegar, los Curi y compañía ya están preparando los lotes de abanicos (ventiladores) para las próximas elecciones. Se sabe que para muchos votantes pobres y segregados de Cartagena, más vale abanico en inquilinato caliente que un futuro social mejor.
Vicenta la negra es la fiel representante de una realidad que no cambiará completamente con la sola alcaldía de Mariamulata. Pero si la administración de Cartagena sigue por donde va, y como Bogotá la primera y luego Medellín, tiene algo de continuidad en la política urbana pro-pobre, tal vez sus hijos y sus nietos puedan conocer y vivir una Cartagena mejor y más digna en su otra Cartagena. El reto para Cartagena es que los de los abanicos no hagan su agosto con todas las Vicentas en las próximas elecciones.
Publicado El Nuevo Siglo 17-08-2009
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