Desde tiempo atrás amigos y voceros del gobierno se dedicaron a promover la idea de que “aquí no pasa nada”. Afuera seguimos estando la lista de estados fallados o semi-fallados, pero aquí se rasgan las vestiduras y dicen que se trata de simples miradas extranjeras superficiales. Muchos coinciden en que estamos tal vez en la peor de las crisis institucionales de nuestra vida republicana, y no es solo retórica o discurso editorialista como podría sospecharlo el buen columnista Alejandro Gaviria. Basta con analizar la evidencia contundente del “descuadernamiento”: El número de congresistas indagados o judicializados por parapolítica ya va en varias decenas, la Corte Suprema comenzó indagación a Yidis Medina por cohecho, al votar la reelección, y, para utilizar los términos de The Economist, la parapolítica tocó ya a la primera familia.
Lo más grave es que los actores de esta crisis político-institucional, cuando tratan de “equilibrar” la balanza o de profundizar el proceso de la parapolítica, siguen profundizando la crisis. Unos anuncian nuevas revelaciones de penetraciones del paramilitarismo, otros debatiendo sobre una reforma política para tiempos normales y no falta quien proponga nuevas comisiones para quitar a la Corte suprema su misión institucional. Para observadores internacionales, estamos pasando de Estado fallado a Estado colapsado. ¿Estamos de verdad colapsando como Estado? Muchos saldrán a decir que no hay que exagerar. Lo cierto es que, como en la película de Woody Allen, Match Point, aún no sabemos de qué lado de la malla caerá la pelota de tenis: del lado del colapso total? o del lado del fortalecimiento de las instituciones?. Esto depende de la sindéresis y de la capacidad de la sociedad y fundamentalmente de los actores de la vida política, de tomar las decisiones más apropiadas, en las que prime el interés general, más allá del interés o del temor individual. Y habrá que asumir los costos que ello tenga.
Jared Diamond, en su libro Colapso, explica por qué las sociedades toman decisiones catastróficas: Cuando no se consigue prever un problema antes de que suceda; cuando el problema se manifiesta pero el grupo social no lo percibe; cuando una vez percibido, no se intenta resolverlo; o cuando se trata de resolver sin éxito. Los actores políticos colombianos estarían en el tercer caso. La crisis se percibe y se conoce desde antes, pero hay intentos serios y robustos por resolverla. Y la dinámica perversa en la que se ha entrado, hace que los planteamientos de tirios y troyanos estén más encaminados a construir imaginarios convenientes para sí mismos, que a encontrar la solución a la crisis. Colombia necesita hoy cabezas objetivas y sensatas para intentar salir de la situación de captura del Estado por mafias y grupos armados ilegales. Pero se necesita tener un “sentido de la historia” que guíe un gran acuerdo político y algunas reformas de fondo a la constitución. De lo contrario, el colapso institucional no estará lejos.
Publicado El Nuevo Siglo 28-04-2008
Publicado www.lapalabradigital.com
Lo más grave es que los actores de esta crisis político-institucional, cuando tratan de “equilibrar” la balanza o de profundizar el proceso de la parapolítica, siguen profundizando la crisis. Unos anuncian nuevas revelaciones de penetraciones del paramilitarismo, otros debatiendo sobre una reforma política para tiempos normales y no falta quien proponga nuevas comisiones para quitar a la Corte suprema su misión institucional. Para observadores internacionales, estamos pasando de Estado fallado a Estado colapsado. ¿Estamos de verdad colapsando como Estado? Muchos saldrán a decir que no hay que exagerar. Lo cierto es que, como en la película de Woody Allen, Match Point, aún no sabemos de qué lado de la malla caerá la pelota de tenis: del lado del colapso total? o del lado del fortalecimiento de las instituciones?. Esto depende de la sindéresis y de la capacidad de la sociedad y fundamentalmente de los actores de la vida política, de tomar las decisiones más apropiadas, en las que prime el interés general, más allá del interés o del temor individual. Y habrá que asumir los costos que ello tenga.
Jared Diamond, en su libro Colapso, explica por qué las sociedades toman decisiones catastróficas: Cuando no se consigue prever un problema antes de que suceda; cuando el problema se manifiesta pero el grupo social no lo percibe; cuando una vez percibido, no se intenta resolverlo; o cuando se trata de resolver sin éxito. Los actores políticos colombianos estarían en el tercer caso. La crisis se percibe y se conoce desde antes, pero hay intentos serios y robustos por resolverla. Y la dinámica perversa en la que se ha entrado, hace que los planteamientos de tirios y troyanos estén más encaminados a construir imaginarios convenientes para sí mismos, que a encontrar la solución a la crisis. Colombia necesita hoy cabezas objetivas y sensatas para intentar salir de la situación de captura del Estado por mafias y grupos armados ilegales. Pero se necesita tener un “sentido de la historia” que guíe un gran acuerdo político y algunas reformas de fondo a la constitución. De lo contrario, el colapso institucional no estará lejos.
Publicado El Nuevo Siglo 28-04-2008
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