Causaron indignación y preguntas en la ciudad las imágenes de las agresiones policiales a un taxista. Indignación, porque contrastan con esfuerzos de varios años para construir una cultura ciudadana y una política de seguridad en perspectiva de derechos humanos. Preguntas, pues obligan a reflexionar sobre su significado como indicio de necesarias evoluciones en la fuerza pública de Bogotá.
El comandante de la Policía de Bogotá ha advertido que se trata de un caso aislado. La ciudadanía se pregunta por la existencia de casos similares. En el fondo, la pregunta significa plantear la necesidad de una mayor relación entre la Policía y la ciudadanía. Es sano que la cultura policial incorpore nuevos esquemas de diálogo con la población y luego, sustentados en cifras de delitos, de percepción y de prevención y en información periodística, nuevos esquemas de rendición ciudadana de cuentas.
La imagen de la Policía se ha vista afectada. El comandante de la Policía de Bogotá hizo lo correcto tomando de inmediato las medidas que el caso ameritaba. La pregunta que surge es cómo se evitarán en el futuro este tipo de actos. Para ello se debe entender bien qué pudo determinar la reacción de patrulleros. ¿Se trata de un problema de formación policial? ¿De cultura de algún grupo pequeño? ¿De secuelas del servicio anterior en zonas con situaciones críticas de violencia? ¿Fue una mala interpretación de la legítima defensa? ¿Una reacción a la presión por resultados? El análisis profundo que pueda liderar el Gral Naranjo y luego compartir con la ciudadanía, contribuirá a superar la situación.
También son necesarias reflexiones de fondo sobre los desafíos futuros para la fuerza policial. A los debates sobre el pie de fuerza y sobre las divergencias entre seguridad ciudadana y seguridad nacional o entre políticas nacionales y distritales, se suman hoy interrogantes sobre las nuevas prioridades de la seguridad urbana y las formas de asumirlas: delito común, problemas de convivencia, control del cumplimiento de normas distritales, etc.
Es entendible que una Policía con creciente militarización en los últimos lustros y además solicitada en Bogotá para muchas responsabilidades adicionales a la vigilancia (escoltas, policía de tránsito, de turismo, diplomática, de menores, comunitaria, ambiental, judicial, SMAT, etc.) tenga que dar menor prioridad efectiva a tareas como la prevención del delito común, la promoción de la convivencia, las tareas de policía comunitaria, el control de las normas distritales o aún la resolución temprana de conflictos. La seguridad de Bogotá necesita un fortalecimiento de las funciones de proximidad y prevención frente a problemas como las lesiones personales, asociadas a la conflictividad en los barrios; o como el delito callejero, que depende en mucho de la presencia disuasiva de funcionarios y agentes en la vía pública.
Se debe analizar de manera serena y argumentada la creación –experimental y sólo en Bogotá- de un cuerpo distrital que cumpla funciones específicas de complemento, que no de reemplazo, a la Policía Metropolitana. Sería un cuerpo distrital no armado destinado a la prevención de problemas de convivencia y al control de la normatividad distrital, temas fundamentales en la concepción moderna de la seguridad ciudadana.
Desde el nivel nacional el esfuerzo de militarización de la Policía no facilita la focalización en estos temas de la seguridad ciudadana. Para construir una cultura de fuerza exclusivamente civil, un primer paso es la creación de un Viceministerio de la Policía en el Ministerio del Interior. Un segundo paso es la división de tareas entre esta policía civil dedicada a la seguridad en las ciudades y una policía más rural con estatus militar y ligada al Ministerio de Defensa, al estilo de gendarmería francesa, que mantenga el orden público en las zonas y pueblos aún amenazados por el conflicto armado.
El comandante de la Policía de Bogotá ha advertido que se trata de un caso aislado. La ciudadanía se pregunta por la existencia de casos similares. En el fondo, la pregunta significa plantear la necesidad de una mayor relación entre la Policía y la ciudadanía. Es sano que la cultura policial incorpore nuevos esquemas de diálogo con la población y luego, sustentados en cifras de delitos, de percepción y de prevención y en información periodística, nuevos esquemas de rendición ciudadana de cuentas.
La imagen de la Policía se ha vista afectada. El comandante de la Policía de Bogotá hizo lo correcto tomando de inmediato las medidas que el caso ameritaba. La pregunta que surge es cómo se evitarán en el futuro este tipo de actos. Para ello se debe entender bien qué pudo determinar la reacción de patrulleros. ¿Se trata de un problema de formación policial? ¿De cultura de algún grupo pequeño? ¿De secuelas del servicio anterior en zonas con situaciones críticas de violencia? ¿Fue una mala interpretación de la legítima defensa? ¿Una reacción a la presión por resultados? El análisis profundo que pueda liderar el Gral Naranjo y luego compartir con la ciudadanía, contribuirá a superar la situación.
También son necesarias reflexiones de fondo sobre los desafíos futuros para la fuerza policial. A los debates sobre el pie de fuerza y sobre las divergencias entre seguridad ciudadana y seguridad nacional o entre políticas nacionales y distritales, se suman hoy interrogantes sobre las nuevas prioridades de la seguridad urbana y las formas de asumirlas: delito común, problemas de convivencia, control del cumplimiento de normas distritales, etc.
Es entendible que una Policía con creciente militarización en los últimos lustros y además solicitada en Bogotá para muchas responsabilidades adicionales a la vigilancia (escoltas, policía de tránsito, de turismo, diplomática, de menores, comunitaria, ambiental, judicial, SMAT, etc.) tenga que dar menor prioridad efectiva a tareas como la prevención del delito común, la promoción de la convivencia, las tareas de policía comunitaria, el control de las normas distritales o aún la resolución temprana de conflictos. La seguridad de Bogotá necesita un fortalecimiento de las funciones de proximidad y prevención frente a problemas como las lesiones personales, asociadas a la conflictividad en los barrios; o como el delito callejero, que depende en mucho de la presencia disuasiva de funcionarios y agentes en la vía pública.
Se debe analizar de manera serena y argumentada la creación –experimental y sólo en Bogotá- de un cuerpo distrital que cumpla funciones específicas de complemento, que no de reemplazo, a la Policía Metropolitana. Sería un cuerpo distrital no armado destinado a la prevención de problemas de convivencia y al control de la normatividad distrital, temas fundamentales en la concepción moderna de la seguridad ciudadana.
Desde el nivel nacional el esfuerzo de militarización de la Policía no facilita la focalización en estos temas de la seguridad ciudadana. Para construir una cultura de fuerza exclusivamente civil, un primer paso es la creación de un Viceministerio de la Policía en el Ministerio del Interior. Un segundo paso es la división de tareas entre esta policía civil dedicada a la seguridad en las ciudades y una policía más rural con estatus militar y ligada al Ministerio de Defensa, al estilo de gendarmería francesa, que mantenga el orden público en las zonas y pueblos aún amenazados por el conflicto armado.
Este sería el comienzo del camino para darle a la institución policial en el país y en Bogotá un campo de acción moderno y afín a las necesidades actuales de los ciudadanos urbanos.
Publicado El Tiempo 18-08-2007
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