Luego de una manifestación pacífica de 2 días por problemas ambientales atribuidos a la actividad carbonífera, el 10 de febrero hubo asonada y murió una persona en la Jagua de Ibérico. Desde Valledupar se había dispuesto el desplazamiento de escuadrones antimotines que inicialmente levantaron el bloqueo de la vía nacional. Pero los manifestantes continuaron el enfrentamiento desde los barrios y la fuerza pública continuó con el lanzamiento de gases lacrimógenos y chorros de agua. Corrió el rumor de que dos niñas habían perdido el conocimiento e incluso de que habían muerto. Esto fue suficiente para que a los manifestantes se sumaran los habitantes de dichos barrios e hicieran retroceder los antimotines hacia el comando de policía.
La comunidad la tomó entonces contra el comando de policía. El comandante local decidió intervenir para calmar los ánimos, aprovechando sus buenas relaciones con la ciudadanía. Algunos cuentan que, estando en estas, alcanzó a golpearlo uno de los dispositivos de gas lacrimógeno lanzados por los antimotines desde la estación. La muchedumbre arreció contra la estación, tomo a los antimotines, los redujo y los desnudó. Muchos resultaron bastante golpeados.
El relato es digno de una novela de García Marquez. Pero tratándose de la realidad reciente, preocupa lo que significa en términos de gobernabilidad territorial y de la relación entre fuerza pública y ciudadanía. Por un lado, la fuerza pública local, próxima a su población, respetó inicialmente el legítimo derecho a la protesta social e incluso intentó vías de diálogo para calmar la situación. Pero por otro lado, la fuerza de choque antimotines provocó a la muchedumbre. Al mismo tiempo, en esta suma de aciertos y desaciertos, esta misma fuerza pública supo mantener una cierta cordura para no usar las armas.
La población ha utilizado el legítimo derecho a la protesta, más se ha desbordado en el trato de la fuerza pública y los daños a la estación. Desnudar a la fuerza pública es a la vez un acto de irrespeto con ella y una lección que deja pensar que la violencia puede canalizarse por las vías de la simbología, que deja mensaje pero no hiere físicamente.
Este episodio es un síntoma de pérdida de credibilidad en la autoridad en las regiones y trae a la memoria hechos de ingrata recordación en países andinos como en 2004 la muerte de alcaldes, literalmente linchados por sus ciudadanos, en Ilave, Perú y en Ayo Ayo, Bolivia.
Hay que esperar que los acontecimientos de La Jagua no sean señales tempranas de un concentrado proceso de erosión de la confianza en instituciones y fuerza pública. Sería muy grave que a la profunda crisis de la parapolítica, se sumara ahora una crisis de gobernabilidad territorial. Más bien hay que mirar con lupa y aprender las lecciones que el episodio deja sobre la importancia de la proximidad como estrategia de la fuerza pública y de la simbología como reemplazo de la violencia de las armas.
La comunidad la tomó entonces contra el comando de policía. El comandante local decidió intervenir para calmar los ánimos, aprovechando sus buenas relaciones con la ciudadanía. Algunos cuentan que, estando en estas, alcanzó a golpearlo uno de los dispositivos de gas lacrimógeno lanzados por los antimotines desde la estación. La muchedumbre arreció contra la estación, tomo a los antimotines, los redujo y los desnudó. Muchos resultaron bastante golpeados.
El relato es digno de una novela de García Marquez. Pero tratándose de la realidad reciente, preocupa lo que significa en términos de gobernabilidad territorial y de la relación entre fuerza pública y ciudadanía. Por un lado, la fuerza pública local, próxima a su población, respetó inicialmente el legítimo derecho a la protesta social e incluso intentó vías de diálogo para calmar la situación. Pero por otro lado, la fuerza de choque antimotines provocó a la muchedumbre. Al mismo tiempo, en esta suma de aciertos y desaciertos, esta misma fuerza pública supo mantener una cierta cordura para no usar las armas.
La población ha utilizado el legítimo derecho a la protesta, más se ha desbordado en el trato de la fuerza pública y los daños a la estación. Desnudar a la fuerza pública es a la vez un acto de irrespeto con ella y una lección que deja pensar que la violencia puede canalizarse por las vías de la simbología, que deja mensaje pero no hiere físicamente.
Este episodio es un síntoma de pérdida de credibilidad en la autoridad en las regiones y trae a la memoria hechos de ingrata recordación en países andinos como en 2004 la muerte de alcaldes, literalmente linchados por sus ciudadanos, en Ilave, Perú y en Ayo Ayo, Bolivia.
Hay que esperar que los acontecimientos de La Jagua no sean señales tempranas de un concentrado proceso de erosión de la confianza en instituciones y fuerza pública. Sería muy grave que a la profunda crisis de la parapolítica, se sumara ahora una crisis de gobernabilidad territorial. Más bien hay que mirar con lupa y aprender las lecciones que el episodio deja sobre la importancia de la proximidad como estrategia de la fuerza pública y de la simbología como reemplazo de la violencia de las armas.
Publicado El Nuevo Siglo 05-03-2007
1 comentario:
La crisis no es solo de gobernabilidad, es tambien una crisis social donde la gente no resiste mas la situación de miseria, de abandono, de exclusión. Lo que se debe aprender de este lección es que no basta con escuadrones de policia para calmar los animos de los ciudadano, tampoco basta con comisiones del gobierno central que tratarán de disipar los animos y envolver en una cortina de humo los problemas, se requiere entonces acciones concretas de presencia del estado para solucionar problemas, no solo a corto plazo, es tambien generando las condiciones sociales, se seguridad y de buen manejo de los recursos de la region,
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