María es una española de clase alta. Vive en Ibiza. Le gusta viajar. Le gusta el jet-set y vive en él. También es empresaria. Ha logrado una articulación comercial global exitosa entre artesanos en Malindi, en la costa Este de Kenia, y la costa española. Desde hace 10 años produce kikoi, especie de chal multiuso para los locales kenianos, a costos muy bajos, es decir, en el lenguaje global, a costos muy competitivos. Y los distribuye a los almacenes de productos de clase alta en España. Por supuesto que venderlos en los almacenes de clase alta en España es fundamental para el negocio: no solamente se puede multiplicar el precio por más de diez, sino que se vuelve un producto aspiracional para la clase media. María es una pequeña empresaria exitosa.
María llegó por casualidad a esta “buena plaza”. La primera vez llegó a visitar a un médico amigo que se había instalado allí. Y María, que siempre ha tenido aquella facilidad que manifiestan algunas mujeres de clase alta para crear la moda con prendas normales, se imaginó el kikoi semicubriendo las caderas de las europeas refinadas en la playa. Desde ese momento comenzó a trabajar con un keniano indio (los indios suelen dominar el comercio y la pequeña industria en las ex colonias inglesas), quien por ocho años ha asegurado desde su microempresa la producción artesanal que María necesita para su pequeño mercado de lujo en la costa española.
María viaja seis semanas al año a Malindi, tiempo durante el cual trabaja duro. También, al finalizar cada sesión anual de seis semanas de trabajo, suele hacerse preguntas cruciales. Su última pregunta fue sobre el salario de los empleados del señor indio, que reciben unos sesenta dólares al mes. Para estos empleados locales, tener este trabajo es un privilegio, si se les compara con muchos otros kenianos.
¿Cómo es posible que el precio de un exclusivo cereal que María lleva desde España para sus desayunos equivalga a lo que gana uno de sus trabajadores al mes? Esta pregunta surgió la misma noche reciente en la que, contrariada, escuchó al conserje de su apartamento en Malindi explicarle que no moriría de calor por no tener aire acondicionado esa noche. Él mismo no había muerto de lo mismo en sus treinta años de existencia.
María se está haciendo preguntas globales y existenciales. Está percibiendo que tal vez hay algo que no debería ser como es, en términos de equidad global. Probablemente no pueda hacer mucho, pero no está mal que en el inicio de su edad madura entienda que algo anda mal en el mundo. No importa si tal vez lo olvide en su siguiente viaje, para navidad, a Santa Lucía en el Caribe, donde la espera su marido y varios amigos en su velero, para ir a Cartagena y luego a Bocas del Toro.
Publicado El Nuevo Siglo, 30-11-2009
No hay comentarios.:
Publicar un comentario