3 de enero de 2018

Por una cultura positiva y de esperanza

En 2009 interrumpí uno de los ejercicios que más me gustan: Escribir regularmente un blog, a manera de columna, para compartir ideas y pareceres, para aventurar propuestas y proyectar perspectivas surgidas de mis actividades, principalmente locales. El ejercicio duró unos tres años y me permitió intercambiar con personas cercanas y menos cercanas, sobre todo con aquellos que piensan diferente. Lo interrumpí al comenzar mi nueva vida en el servicio público internacional que es la ONU. Consideré que era momento de una pausa para dedicar más tiempo a las nuevas tareas y escenarios. Además pensé que era un acto de responsabilidad escribir menos sobre mi entorno cuando iba a estar alejado de la adrenalina del día a día.

Llegada la abstinencia bloguera al inicio de 2018, he decidido retomar el ejercicio, para volver a compartir ideas y pareceres por esta vía, para seguir aventurando propuestas y proyectando perspectivas, seguramente muy influenciadas por casi diez años de recorrido por muchos países y de constatar que las ciudades del mundo cada vez más están ganando nuevos espacios en la mesa de las decisiones globales. Lo que se decide (o no) y se hace (o no) en las ciudades, tiene cada vez más incidencia en el debate y en las agendas globales y regionales. Serán clave, aún sin advertirlo, no solamente las vivencias de estos años, sino también las conversaciones con líderes locales y con ciudadanos de a pie de América Latina y del mundo.

Y para completar el marco que me moverá, también estaré más influenciado por mis logros y mis frustraciones; por la creciente curiosidad por los misterios del comportamiento humano y por la indeclinable convicción de que el futuro personal, familiar y de la sociedad, depende al final del día de tres capacidades: De nuestra capacidad de hacer, de nuestra capacidad de dar significado a nuestros fracasos y de nuestra capacidad de llenarnos de razones para impulsar posiciones positivas y activas frente a los retos y las oportunidades de nuestra sociedad.

Y retomaré donde dejé. En diciembre de 2009 escribí sobre la necesidad (el deseo) de una cultura de esperanza en medio de un orden mundial en proceso de cambio. El cambio climático se ha confirmado como marco. Las guerras han cambiado de intensidad y ligeramente su geografía, pero siguen. Acabamos de pasar un período de recesión y seguimos esperanzados en el comportamiento de las economías emergentes, más allá de Brasil, México, Nigeria, Suráfrica, India y China. Peto tal vez, lo que más se ha confirmado de mi escrito de 2009, es que el motor del cambio, local o global, siguen siendo las emociones y la explotación de estas emociones. Emociones que, como el colesterol, las hay buenas y malas.

Las emociones y los sentimientos han seguido motivando decisiones nacionales y locales. Brexit, elecciones estadounidenses, votaciones catalanas, plebiscito de paz en Colombia, etc. Las sociedades siguen preguntándose por su identidad y por su futuro. Y los medios de comunicación y las redes, siguen no solamente difundiendo, sino acelerando y dando impulso a sentimientos y emociones. Seguimos constatando que muchos comportamientos colectivos e individuales que explican conflictos, se sustentan en sentimientos de humillación y o de miedo. Quien ha experimentado humillación, pierde confianza e identidad y es más propenso a alienarse con movimientos que promueven la venganza, la rabia y la intolerancia. Quien ha experimentado el miedo es más propenso a apoyar propuestas que promueven la desconfianza, la represión o el aislamiento.

No hay que bajar los brazos para pasar la página y construir escenarios locales, nacionales y globales donde la esperanza y el pensamiento positivo sean la esencia. Es necesario acabar con el pesimismo reinante y contribuir a la construcción de esperanza de manera sistemática y sistémica. Y eso no se logra sólo con la sola idea del optimista naif que piensa simplemente espera que mañana sea mejor. Se logra con la acción del positivo que piensa que mañana puede ser mejor y que hay que actuar en consecuencia para ello. Mi invitación, que no sólo mi deseo, para América Latina y el Caribe en 2018 es que actuemos en consecuencia y hagamos cosas concretas en las ciudades y las regiones que hagan posible esa cultura positiva y de esperanza. Seguimos.

Rio de Janeiro, Enero 3 de 2018