En 2016 se promulgó en la reunión de Habitat III en Quito, Ecuador, la Nueva Agenda Urbana. Este documento de referencia es un marco para la acción. Esta acción ha comenzado y hay importantes avances en América Latina y el Caribe. También queda un gran trabajo por hacer para ir a escala en el número de iniciativas y acciones que permiten materializar su potencial.En 2016 se promulgó en la reunión de Habitat III en Quito, Ecuador, la Nueva Agenda Urbana. Este documento de referencia es un marco para la acción. Esta acción ha comenzado y hay importantes avances en América Latina y el Caribe. También queda un gran trabajo por hacer para ir a escala en el número de iniciativas y acciones que permiten materializar su potencial.
Un primer punto a rescatar es que la región “picó en punta” y fue la primera a nivel global en dotarse de un Plan de Acción Regional para la implementación de la Nueva Agenda Urbana. En efecto, MINURVI (la Asamblea Regional de Ministros de Desarrollo Urbano y Vivienda) solicitó a agencias de la ONU (ONU-Habitat y CEPAL) liderar un proceso para su configuración. Con más de 200 expertos participando, el plan fue lanzado inicialmente en 2017 y validado durante el Foro Urbano Mundial de Kuala Lumpur, Malasia, al inicio de 2018. Además, el Caribe tomo la iniciativa para realizar un plan sub-regional y más recientemente Centro América ha anunciado que va por el mismo camino.
En este marco, varios países han emprendido Políticas Nacionales Urbanas de Nueva Generación (Ej. Argentina y Bolivia), revisiones de sus marcos legales urbanos (Ej. México y Ecuador), fortalecimiento del marco de planificación urbana y territorial (Ej. Costa Rica, Cuba), adaptaciones del marco de inversiones en el territorio (Ej. Costa Rica, El Salvador, República Dominicana apoyados por el Banco Centroamericano de Integración Económica). Y una cantidad importante de ciudades han avanzado en la elaboración de planes explícitos para aplicar la nueva agenda urbana a nivel local (Ej. Zapopan, Querétaro, Mérida, San Salvador, San José, Santo Domingo, Bucaramanga, Cuenca, etc.). Se cuentan además iniciativas tendientes a consolidar el proceso de implementación: Ecosistema de Fondos para el Desarrollo Urbano Sostenible (Mercociudades), Plataforma Urbana y de las Ciudades para monitorear la implementación (CEPAL, ONU-Habitat, MINURVI), diálogo regional sobre Nueva Agenda Urbana y accesibilidad universal (colectivo World Enabled, GAATES); plataforma de jóvenes por la Nueva Agenda Urbana (Techo et al), entre otras.
En suma, la Nueva Agenda Urbana ya ha generado una dinámica nueva en la región y en general conectada a la Agenda 2030. Por ello, no pocos han adoptado la idea de utilizar la NAU como un acelerador de los ODSs en las ciudades. Esta perspectiva no solo es innovadora, sino también eficiente en la medida en que las ciudades podrán obtener resultados en la aplicación de ambas agendas globales y orientar mejor tanto su desarrollo y como la inversión pública.
Ahora bien, todo esto debe ser consolidado y desarrollado exponencialmente si se quiere tener efecto y resultados a escala en la transformación real de ciudades y barrios. No hay que olvidar que América Latina sigue presentando niveles inaceptables de desigualdad que afectan el desarrollo sostenible de sus cerca de 18.000 municipios. El reto sigue siendo ir a escala, involucrar a todos los actores de la sociedad y poder financiar una diversidad de programas, iniciativas y operaciones de la NAU. Para esto se requiere más innovación que permita enfrentar las trampas propias de las economías en transición propias de América Latina: La trampa de la baja productividad urbana, la trampa de la integración social incompleta en las ciudades, la trampa de las asimetrías y debilidades en las instituciones locales.
Un nuevo marco de trabajo propuesto por CEPAL, Unión Europea y OCDE ha aparecido para relanzar las modalidades de cooperación internacional con economías en transición latinoamericanas que presentan estas patologías. La perspectiva de la implementación de la Nueva Agenda Urbana aparece como una que puede ayudar a acelerar la adaptación de la región a su nueva realidad de renta media al tiempo que se impulsa la innovación urbana.
Al día de hoy también cabe decir que esto podrá funcionar en la medida en que se proyecte para ser construido con, y apropiado por, la ciudadanía. Esto es condición sine qua non. Y como todo cambia, también es necesario que la Nueva Agenda Urbana se pueda adaptar para absorber la nueva ola migratoria regional producto de las crisis políticas de última generación en algunos países. Queda también por esperar que la vida en las ciudades no se vea afectada por los nuevos tiempos políticos de la región que parecen querer revivir viejos autoritarismos superados 30-40 años atrás.
Río de Janeiro, Octubre 26 2018
Mis opiniones sobre temas territoriales, urbanos, sociales, políticos e institucionales.
28 de octubre de 2018
3 de enero de 2018
Por una cultura positiva y de esperanza
En 2009 interrumpí uno de los ejercicios que más me gustan: Escribir regularmente un blog, a manera de columna, para compartir ideas y pareceres, para aventurar propuestas y proyectar perspectivas surgidas de mis actividades, principalmente locales. El ejercicio duró unos tres años y me permitió intercambiar con personas cercanas y menos cercanas, sobre todo con aquellos que piensan diferente. Lo interrumpí al comenzar mi nueva vida en el servicio público internacional que es la ONU. Consideré que era momento de una pausa para dedicar más tiempo a las nuevas tareas y escenarios. Además pensé que era un acto de responsabilidad escribir menos sobre mi entorno cuando iba a estar alejado de la adrenalina del día a día.
Llegada la abstinencia bloguera al inicio de 2018, he decidido retomar el ejercicio, para volver a compartir ideas y pareceres por esta vía, para seguir aventurando propuestas y proyectando perspectivas, seguramente muy influenciadas por casi diez años de recorrido por muchos países y de constatar que las ciudades del mundo cada vez más están ganando nuevos espacios en la mesa de las decisiones globales. Lo que se decide (o no) y se hace (o no) en las ciudades, tiene cada vez más incidencia en el debate y en las agendas globales y regionales. Serán clave, aún sin advertirlo, no solamente las vivencias de estos años, sino también las conversaciones con líderes locales y con ciudadanos de a pie de América Latina y del mundo.
Y para completar el marco que me moverá, también estaré más influenciado por mis logros y mis frustraciones; por la creciente curiosidad por los misterios del comportamiento humano y por la indeclinable convicción de que el futuro personal, familiar y de la sociedad, depende al final del día de tres capacidades: De nuestra capacidad de hacer, de nuestra capacidad de dar significado a nuestros fracasos y de nuestra capacidad de llenarnos de razones para impulsar posiciones positivas y activas frente a los retos y las oportunidades de nuestra sociedad.
Y retomaré donde dejé. En diciembre de 2009 escribí sobre la necesidad (el deseo) de una cultura de esperanza en medio de un orden mundial en proceso de cambio. El cambio climático se ha confirmado como marco. Las guerras han cambiado de intensidad y ligeramente su geografía, pero siguen. Acabamos de pasar un período de recesión y seguimos esperanzados en el comportamiento de las economías emergentes, más allá de Brasil, México, Nigeria, Suráfrica, India y China. Peto tal vez, lo que más se ha confirmado de mi escrito de 2009, es que el motor del cambio, local o global, siguen siendo las emociones y la explotación de estas emociones. Emociones que, como el colesterol, las hay buenas y malas.
Las emociones y los sentimientos han seguido motivando decisiones nacionales y locales. Brexit, elecciones estadounidenses, votaciones catalanas, plebiscito de paz en Colombia, etc. Las sociedades siguen preguntándose por su identidad y por su futuro. Y los medios de comunicación y las redes, siguen no solamente difundiendo, sino acelerando y dando impulso a sentimientos y emociones. Seguimos constatando que muchos comportamientos colectivos e individuales que explican conflictos, se sustentan en sentimientos de humillación y o de miedo. Quien ha experimentado humillación, pierde confianza e identidad y es más propenso a alienarse con movimientos que promueven la venganza, la rabia y la intolerancia. Quien ha experimentado el miedo es más propenso a apoyar propuestas que promueven la desconfianza, la represión o el aislamiento.
No hay que bajar los brazos para pasar la página y construir escenarios locales, nacionales y globales donde la esperanza y el pensamiento positivo sean la esencia. Es necesario acabar con el pesimismo reinante y contribuir a la construcción de esperanza de manera sistemática y sistémica. Y eso no se logra sólo con la sola idea del optimista naif que piensa simplemente espera que mañana sea mejor. Se logra con la acción del positivo que piensa que mañana puede ser mejor y que hay que actuar en consecuencia para ello. Mi invitación, que no sólo mi deseo, para América Latina y el Caribe en 2018 es que actuemos en consecuencia y hagamos cosas concretas en las ciudades y las regiones que hagan posible esa cultura positiva y de esperanza. Seguimos.
Rio de Janeiro, Enero 3 de 2018
Llegada la abstinencia bloguera al inicio de 2018, he decidido retomar el ejercicio, para volver a compartir ideas y pareceres por esta vía, para seguir aventurando propuestas y proyectando perspectivas, seguramente muy influenciadas por casi diez años de recorrido por muchos países y de constatar que las ciudades del mundo cada vez más están ganando nuevos espacios en la mesa de las decisiones globales. Lo que se decide (o no) y se hace (o no) en las ciudades, tiene cada vez más incidencia en el debate y en las agendas globales y regionales. Serán clave, aún sin advertirlo, no solamente las vivencias de estos años, sino también las conversaciones con líderes locales y con ciudadanos de a pie de América Latina y del mundo.
Y para completar el marco que me moverá, también estaré más influenciado por mis logros y mis frustraciones; por la creciente curiosidad por los misterios del comportamiento humano y por la indeclinable convicción de que el futuro personal, familiar y de la sociedad, depende al final del día de tres capacidades: De nuestra capacidad de hacer, de nuestra capacidad de dar significado a nuestros fracasos y de nuestra capacidad de llenarnos de razones para impulsar posiciones positivas y activas frente a los retos y las oportunidades de nuestra sociedad.
Y retomaré donde dejé. En diciembre de 2009 escribí sobre la necesidad (el deseo) de una cultura de esperanza en medio de un orden mundial en proceso de cambio. El cambio climático se ha confirmado como marco. Las guerras han cambiado de intensidad y ligeramente su geografía, pero siguen. Acabamos de pasar un período de recesión y seguimos esperanzados en el comportamiento de las economías emergentes, más allá de Brasil, México, Nigeria, Suráfrica, India y China. Peto tal vez, lo que más se ha confirmado de mi escrito de 2009, es que el motor del cambio, local o global, siguen siendo las emociones y la explotación de estas emociones. Emociones que, como el colesterol, las hay buenas y malas.
Las emociones y los sentimientos han seguido motivando decisiones nacionales y locales. Brexit, elecciones estadounidenses, votaciones catalanas, plebiscito de paz en Colombia, etc. Las sociedades siguen preguntándose por su identidad y por su futuro. Y los medios de comunicación y las redes, siguen no solamente difundiendo, sino acelerando y dando impulso a sentimientos y emociones. Seguimos constatando que muchos comportamientos colectivos e individuales que explican conflictos, se sustentan en sentimientos de humillación y o de miedo. Quien ha experimentado humillación, pierde confianza e identidad y es más propenso a alienarse con movimientos que promueven la venganza, la rabia y la intolerancia. Quien ha experimentado el miedo es más propenso a apoyar propuestas que promueven la desconfianza, la represión o el aislamiento.
No hay que bajar los brazos para pasar la página y construir escenarios locales, nacionales y globales donde la esperanza y el pensamiento positivo sean la esencia. Es necesario acabar con el pesimismo reinante y contribuir a la construcción de esperanza de manera sistemática y sistémica. Y eso no se logra sólo con la sola idea del optimista naif que piensa simplemente espera que mañana sea mejor. Se logra con la acción del positivo que piensa que mañana puede ser mejor y que hay que actuar en consecuencia para ello. Mi invitación, que no sólo mi deseo, para América Latina y el Caribe en 2018 es que actuemos en consecuencia y hagamos cosas concretas en las ciudades y las regiones que hagan posible esa cultura positiva y de esperanza. Seguimos.
Rio de Janeiro, Enero 3 de 2018
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